Las Ramblas, exótico paraje barcelonés capaz de aunar lo peor y lo más peor de la humanidad, oculta una reflexión en cada rama. A poco que te fijes, superado ya el estímulo novedoso de las primeras zancadas en lo que un día fue un paseo con dignidad (y no un parque de atracciones de saldo), esta arteria de turistas chancleteros cámara en ristre y de vendedores de todo lo vendible (hachís, marihuana, cocaína, LSD, mamadas, polvos, cerveza, palos selfie y unos extraños artilugios voladores de luz azul) te devuelve sensaciones inconexas. Circenses.
Fuera quedan todos estos. Y dentro, los otros. Los que simplemente están.
A cinco pasos de Las Ramblas.